Examen Primer Periodo 2024
Lengua Castellana Grado 10°
Caminando, Mabul se encontró una
mano. Miró hacia atrás para cerciorarse de que nadie lo observaba y así evitar
que vinieran y reclamaran la mano como suya. Hecho esto con cautela y rapidez,
se inclinó sobre ella y la recogió. La guardó hábilmente en el interior de su
abrigo y se alejó.
Al llegar a la casa, encendió las
luces y corrió a depositarla sobre la mesa de la cocina. La mano era blanca y todavía estaba caliente,
tal vez el dueño acababa de perderla. Por la forma supo que era una mano
femenina. La acarició sobre la palma y descubrió que era suave, paseó atónito
por sus líneas y senderos. La sostuvo entre las manos, la olfateó, y encontró un olor volátil que se le
internó vorazmente en el cerebro y le hizo perder el equilibrio; se le doblaron
las rodillas, se sostuvo para no caer del todo. Tenía clavada la mirada en la
mano, sin parpadear; se la acercó lentamente al rostro y, con los ojos
cerrados, se tocó la cara y luego todo el cuerpo.
Sintió de pronto un pánico que lo
llevo a la excitación. Se volcó entero en esa caricia perfumada de alivio, cayó
y se disolvió en la tierra. Lamió cada dedo como un cachorro la teta de su
madre, y antes de apartarla para tomar aliento la besó con ternura infinita en
el dorso. Exhausto de caricias y envuelto por una sensación inexplicable, de su garganta escapó un… ¡te quiero! Luego
miró su lado, temblaba aún de deseo; entonces se quedó perplejo al ver que la
mano temblaba igual que él.
Mabul se acercó y la cogió entre
las manos, le susurró…”Dime, dime que me quieres”. Pero nada, nada salió de la
mano, ni una palabra. Así que la regresó al lugar donde la había encontrado, la
dejó en el mismo sitio y se alejó.
Más adelante, en el mismo camino,
Mabul se encontró una boca.
Marisol Rozo, Revista Número, Edición N°
47, Bogotá 2006.